Estimado lector-a,
Acaba de empezar la primavera y poco a poco nos vamos a ver inmersos en esas fiestas de obligado cumplimiento que jalonan el calendario español. Para evitar susceptibilidades ni cabreos varios, entiendo que para muchos la fiestas y los puentes son una forma de desconectar de la rutina y del estrés del trabajo. Pero lo que a mí me incomoda es que sea casi obligatorio estar feliz y contento durante esos días.
Ayer fue mi santo y en su mensaje de felicitación, una amiga muy querida para mí, me deseaba que fuera muy feliz en un día que seguro iba a pasar rodeado por los míos y más feliz que una perdiz. Le contesté, con una frialdad de la que ahora me arrepiento, que las obligaciones no entendían de santos y por lo tanto ese día para mí sería uno más.
Pues ahí quiero llegar, no entiendo ni entenderé nunca, el por qué hay que ser feliz porque se celebre tal o cual día. A mí esos días lejos de hacerme feliz, me van poniendo delante la evidencia de que cada día menos gente recuerda lo mucho que nos unió y, en muchos casos, lo mucho que hice por ellos. Sin ir más lejos, ayer hubo algunos-as que yo consideraba amigos que no tuvieron cinco minutos para escribirme un escueto mensaje de felicitación. Porque no hace falta más, lo importante es hacer sentir a los demás que te acuerdas de ellos.
Sí, ya sé que mi escrito de hoy suena a pataleo. Pero de verdad que lo que trato de explicar es lo poquito que cuesta hacer que las personas que te rodean se sientan queridas.
Y no sigo querido lector-a, porque al final voy a dar tantas pistas sobre los aludidos que hasta me van a pedir disculpas. Claro que ya sabes que para pedir disculpas primero hay que reconocer el error y, lamentable, ese es un ejercicio muy poco frecuente.
Quedar en paz
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