Querido lector-a,
Últimamente estoy redescubriendo el placer de una charla ante un café humeante. Durante estos últimos años, para mí el café solo era un brebaje que me tomaba por las mañanas delante de la encimera de mi cocina, pensando en las mil y una cosas, en los mil y un problemas a los que me tenía que enfrentar cada día.
Pues bien, gracias a alguien que ha reaparecido en mi vida este año, he vuelto a disfrutar de este placer que nunca debería haber abandonado. Es curioso, la cantidad de pequeños placeres que vamos abandonando con los años, sin darnos cuenta que con ellos se va yendo una parte de nuestra calidad de vida y, por ende, nuestra felicidad. ¿Quién no ha abandonado alguna vez algo que le hacía feliz?. Y no estoy hablando de grandes cosas, que va, hablo de pequeños placeres, un partido de cualquier cosa a quien le guste el deporte, un paseo después del trabajo, una cervecita en un bar de los de toda la vida y tantas cosas.
Nuestra excusa siempre es la misma, el maldito tiempo. En mi caso, además de la evidente falta de tiempo, el problema también ha sido esas ganas exacerbadas que te entran después de un día oyendo idioteces por todos lados, de llegar a casa y aislarte de tanta estupidez. Pues eso es un error, porque el mejor antídoto contra la idiotez ajena es una buena charla con alguien que te habla mirándote a los ojos. Y si además tienes la suerte de que entre esa persona y tu se establezca un vinculo de entendimiento, entonces ya es la leche(con perdón).
Pues nada querido lector-a, hoy esta breve entrada se resume pronto, vamos a darle al café en buena compañía, eso sí en mi caso descafeinado que la salud no está para tirar cohetes.
Quedar en paz
Adoro esos pequeños placeres de la Vida como compartir una buena conversación.
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