"Dime lo que lees y te diré quién eres", es cierto, pero te conoceré mejor si me dices lo que relees. François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.
Querido lector-a,
He encabezado con esta frase mi reseña de hoy porque soy consciente de que estoy en una fase de mi vida en la que además de leer, releo libros que, además de provocarme el mismo placer de siempre, me transportan a otras épocas, a otros lugares y a otros anhelos. Para cualquier enamorado de la literatura, cada libro pasa a convertirse en un trocito de su vida, en una parte de sus recuerdos y si ese libro de verdad te ha llegado, se convierte en una pieza del gran puzzle que es en realidad el carácter de cualquier ser humano.
No estoy siguiendo un criterio para releer, creo que eso sería un error. La técnica es muy sencilla, entro en mi biblioteca, me siento en mi sillón y dejo que mis ojos deambulen por las estanterías, hasta que algo dentro de mí, me impulsa a levantarme y coger el libro que ese día ha llamado mi atención. Es una especie de juego de azar literario que te puedo asegurar que me resulta muy gratificante. Te recomiendo que lo pruebes. Su practica no requiere mucho desgaste físico (afortunadamente, todo sea dicho) y te aseguro que te va a gustar.
Algunas veces acudo a rastrillos y mercadillos en los que se venden libros de segunda mano. Cada vez que compro alguno (muy a menudo como comprenderás), me pregunto por los avatares que ha sufrido ese libro hasta llegar a mi poder. Incluso muchas veces, al abrir esos libros me encuentro pequeñas sorpresas en forma de dedicatorias, anotaciones al margen que me ayudan a imaginar la micro historia de ese libro que, a partir de ahora, va a disfrutar de un hueco en mi biblioteca.
Te voy a contar una anécdota:
Hace unos años me enteré con pesar que había fallecido un buen amigo, propietario de una biblioteca construida a base de cariño y dedicación. Cuando me personé en su casa para darle el pésame a su viuda, me encontré en el portal un camión de mudanzas que estaba cargando un gran montón de cajas de cartón. Cuando accedí a la vivienda comprobé que la puerta estaba abierta y de allí era de donde estaban sacando las cajas. Preocupado llamé al timbre y la viuda salió a recibirme. Cuando le pregunté extrañado si se mudaba, me dijo que no, que simplemente estaba desmontando la biblioteca de su marido para ampliar el salón porque al fin y al cabo esos libracos a ella no le iban a servir para nada y un librero de viejo se los había comprado. Te aseguro, querido lector-a que me estremecí y no pude evitar acordarme de aquella escena del Quijote en la que El Cura y El Barbero queman los libros de Don Alonso. Cada vez que me viene a la memoria lo que viví aquella tarde al ser testigo del desmantelamiento de la biblioteca de mi amigo(creo que esa fue en cierto sentido su segunda muerte), no puedo evitar pensar que puede ser que alguien haga lo mismo con la mía algún día. En fin, prefiero no pensarlo y seguir disfrutando de ella practicando ese deporte que aunque no curte el cuerpo, sí enriquece el espíritu y no te digo nada la mente.
Pues nada, ya sabes, vamos a releer nuestras bibliotecas antes de que alguien se deshaga de ellas.
Quedar en paz
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